Hay que remontarse a la Antigua Grecia para encontrar el significado de esta frase o al menos el inicio de su uso. Y es que en su origen a la calabaza se le atribuía un carácter antiafrodisíaco, por lo que dárselas a alguien se equiparaba a apagar el fuego de su lujuria, evitando así cualquier tipo de escarceo amoroso pretendido.
La buena apariencia externa de la calabaza no concuerda con lo poco sabrosa que resulta al probarla
Más tarde, ya adentrados en la Edad Media, la Iglesia volvió a darle protagonismo a este alimento. En esta ocasión, el clero recomendaba utilizar las pepitas de este producto para alejar de la mente cualquier tipo de pensamiento impuro y lascivo. Incluso, se llegó a pensar que mascar sus pepitas ayudaba a los fieles a cumplir el voto de castigo.
Por si esto fuera poco, las características propias de la calabaza tampoco han ayudado a eliminar este mito, siendo un fruto muy aparente por fuera pero poco sabroso en su interior y convirtiéndose así en la contraposición al melón, que lleva la bandera de ser un alimento cuyos símbolos son la fecundidad, la abundancia y el lujo.
El caso catalán
Más cerca nos queda el uso tan particular que han sabido darle a la calabaza en Cataluña. Al parecer también optaron hacer años por escoger este fruto como símbolo de una de sus celebraciones. En las zonas rurales su valor servía para declinar la pedida de mano de un pretendiente en el caso de que la cabeza de familia no quisiera autorizar la relación. En ese caso, y como resultaba cuando menos incómodo dar la negativa directamente, se le ofrecía al pretendiente un plato cocinado a base de calabaza. Para aquellos que tenían más suerte y la respuesta era positiva, se le ofrecía tabaco como señal de aprobación.
En definitiva, la expresión “dar calabazas” se ha extrapolado a muchas situaciones que hoy en día seguimos viviendo y la hemos convertido en un claro símbolo de fracaso debido probablemente a la expectativa que genera y lo hueca que es.