Oler la comida también engorda, lo que faltaba. Si uno de los grandes placeres de la vida es comer, está claro que el olerla tampoco se queda corto. Pasar por delante de una panadería justo cuando acaban de sacar pan y bollos recién hechos, oler un buen guiso o una carne a la brasa son percepciones olfativas con las que uno comienza a salivar sin ni siquiera ver algo que llevarse a la boca.
Parece ser que el cerebro juega un papel importante, interpretando esa recepción de nuestros sentidos como el epílogo de un sabroso festín. Pero, parece ser que esa interpretación de nuestro cerebro juega un papel fundamental a la hora de sumar unos kilos de más solo mediante el olfato.
Así lo afirma un informe publicado en la revista científica Cell Metabolism. Los investigadores Andrew Dillin y Céline Riera, de la Universidad de Berkeley, en EE UU, se propusieron encontrar la relación entre la acumulación de grasas y la percepción olfativa. Para ello, como es habitual, realizaron diversas pruebas sobre distintos grupos de ratones.
Oler la comida engorda: así lo confirma la ciencia
En el primer test tomaron dos grupos de ratones; a uno de ellos lo privaron del olfato y al otro, no. Tras un tiempo sin olfato sometieron a los grupos de ratones a una dieta con un alto contenido en grasas, para descubrir si, precisamente, el olfato tenía algo que ver a la hora de que nuestro cuerpo procese el alimento suministrado.
¿Oler la comida engorda? Segunda confirmación
Según los resultados de la prueba, y habiendo consumido la misma cantidad de alimento, se observó que los ratones con olfato ganaron mucho más peso frente a los ratones sin olfato cuyo metabolismo funcionaba mucho más rápido. Es decir, este supuso el primer indicio de lo que ya suponían: que oler la comida engorda.
Y finalmente, se llevó a cabo una tercera prueba, en la que se hizo todo lo contrario. Se trató genéticamente a un grupo de ratones para dotarlos de un sentido del olfato más acusado de lo normal. Tras un tiempo de proporcionar la misma dieta a un grupo de ratones normales y uno de ratones con superolfato, una vez más el resultado fue el esperado. Los ratones de sentido agudizado aumentaron considerablemente su peso.
Así que si el efecto en humanos es el mismo, solo quedaría plantearse si renunciar al placer de disfrutar la comida también con el sentido del olfato o limitarnos a comerla.