En el conjunto de los dichos populares se encuentra una que mantiene todo su vigor, aunque su origen se sitúa hace siglos. Cuando hemos hecho la que creíamos compra del mes y al llegar a casa comprobamos que es un fraude, o cuando nos sentimos satisfechos con una explicación para después de reflexionarla darnos cuenta de que era palabrería, es que nos la han dado con queso.
El fuerte queso impedía al comprador apreciar el sabor del vino picado
Esta curiosa frase significa que a una persona se le ha engañado o estafado con malas artes, y tiene detrás una bonita historia que la justifica. El origen de la expresión se encuentra en la Edad Media. Ya en aquellos tiempos la región de Castilla La Mancha era muy famosa por la calidad de los vinos que producía.
A pesar de no contar con los instrumentos de comunicación actuales, la fama de sus vinos se extendió por toda la península, razón por la que el interés por el producto fue creciendo. Durante muchos años taberneros de todas las provincias españolas iniciaban su particular peregrinación a La Mancha para adquirir el prestigioso vino.
Una vez en contacto con el vendedor, el tabernero fijaba un precio para una cantidad determinada de barriles de vino y ambos llegaban a un acuerdo. Como resulta lógico, el comprador exigía probar la mercancía antes de pagarla para evitar posteriormente malos tragos.
Partidas malas
El hecho de que los vinos manchegos presentaban altos niveles de calidad no eximía de que de vez en cuando surgieran partidas de vino picado o echado a perder por algún error en el proceso de elaboración de este producto. Los dueños de las bodegas eran conscientes de su existencia, pero también querían darle salida para no entrar en pérdidas.
De este modo, idearon una ingeniosa táctica para deshacerse de estos barriles de vino malo. Su técnica consistía en agasajar a los compradores novatos y confiados con un sabroso plato de queso manchego en aceite, que los taberneros aceptaban con mucho agrado.
Sin embargo, no se daban cuenta de que el fuerte sabor de este delicioso producto provocaba que el paladar del incauto comprador no distinguiera un buen vino del echado a perder, y volvían a casa muy satisfechos de la compra y de la amabilidad de los vendedores manchegos, hasta abrir el barril y comprobar su error.