Basta con estar poco más de cinco minutos en la recepción del Hotel Niza para ver que el Narru, nombre que tienen tanto el bar como el restaurante, va viento en popa. El teléfono suena una y otra vez para reservar mesas en la planta baja, donde está el comedor, o en la superior, en la que el bar puede presumir de tener un gran ventanal con una de las vistas más bonitas de la ciudad.
"Mi aitona me llevó a grandes restaurantes y me enseñó a cocinar, pero también la importancia de comer bien en casa"
Al frente del Narru está Iñigo Peña, un donostiarra de 36 años recién cumplidos, de discurso tranquilo, ideas muy claras y que cree en el buen rollo en la cocina: «Si no fuese por el equipo que tengo a mi alrededor, todo esto no saldría adelante. Somos jóvenes y trabajamos en un ambiente formidable, y eso se nota», afirma.
Peña no oculta que a él, lo que más le gusta, «es comer bien y disfrutar con mi familia o amigos alrededor de una mesa en un buen restaurante. Ése es mi mayor hobby y mi pasión».
Quizás por ello, desde joven creyó que su futuro estaría en los fogones: «Tampoco era el mejor estudiante del mundo, eso he de decirlo», reconoce entre risas, antes de ponerse más serio y recordar a su abuelo: «Gracias a mi aitona tuve la gran oportunidad de ir a conocer un montón de restaurantes, pero también me enseñó a cocinar, porque daba mucha importancia a comer bien en casa. Y no hablo de unas cigalas espectaculares, me refiero más a unas buenas pochas o un bonito bien preparado en verano. Yo, ahora, soy feliz con un plato de pochas, una ventresca de bonito y unos chipironcitos en su tinta. Es lo mejor que tenemos en verano y para mí ahora sería el mejor menú posible en estas fechas». Esas raíces y esa predilección por el producto de temporada se notan, sin duda, en la carta del Narru.
De Gros a La Concha
Y eso que Iñigo estuvo más de dos años en Arzak, estudió también en la escuela de Luis Irizar y después aprendió en muchos otros restaurantes, antes de decidirse a abrir el primer Narru, en Usandizaga, en 2007: «Llevamos ya diez años y en este tiempo hemos sabido mantenernos y también acertar con los gustos de nuestros clientes».
En abril de 2011, el Narru cambió Gros por La Concha para dar con la ubicación soñada: «Estamos en un lugar por el que pasan cada día muchísimos turistas, pero también muchos donostiarras. Notamos el invierno y el mal tiempo, por supuesto, pero aun así es mucha la gente que pasea por aquí a diario. Es una ubicación inmejorable».
Y a ese marco incomparable, claro está, Peña ha sabido sumarle un tipo de cocina que ha dado en la diana de los gustos de su clientela: «Desde que abrimos aquí hemos ido a más, hasta llegar a este 2017, en el que hemos trabajado muy bien en todo lo que llevamos de año. No digo con ello que llenemos a diario, pero sí que podemos estar muy contentos. Pero este verano, al igual que el pasado, está siendo la bomba», dice exultante el cocinero.
¿Hasta qué punto tiene que ver el turismo con el gran momento de forma que vive el Narru? «Tenemos clientela de todo tipo. Ahora, con el ‘boom’ del turismo, de junio a septiembre es bastante pareja la clientela local a la de turistas, pero el resto del año nuestros clientes son sobre todo donostiarras», responde el ‘alma máter’ del Narru.
Producto del entorno
Peña no tiene problemas en defender la tradición de nuestra cocina, la vasca, por encima de la vanguardia. Además, define su cocina como «de producto y de temporada al 100%. Quizás es una cocina un poco comercial en el sentido de que le gusta a todo el mundo y, precisamente por eso, trabajamos como trabajamos».
"La cocina del Narru es de producto y de temporada al 100%. Y también es un poco comercial, porque gusta a todo el mundo"
Su menú del día, a 30€ +IVA, es el mejor reflejo de su filosofía entre los fogones: «Creo que es un menú muy competitivo en todos los aspectos y que normalmente encanta a la gente», resume. A su clientela también le gusta esa privilegiada terraza en verano sobre La Concha o la fórmula de pintxos emplatados y raciones que ofrece un bar en el que también se puede pedir cualquier plato de la carta del restaurante.
Tanto en el bar como en el restaurante existe una absoluta devoción por el producto fresco, de temporada y del entorno: «Aquí tenemos la gran suerte, pero también la cultura, de dar importancia al producto de nuestros alrededores y de tener unos proveedores, unos caseríos y un mar que cada época del año nos ofrece unos alimentos diferentes y siempre de gran calidad», señala satisfecho.
Este éxito no hace que Iñigo descuide aquellos aspectos en los que él y su equipo pueden seguir mejorando. «Nuestra bodega, por ejemplo, se caracteriza por tener un precio medio bastante normal, pero tenemos sobre todo referencias de la Península. Creo que en las referencias internacionales sí se podría mejorar», reconoce este joven cocinero, sin duda de moda en la escena gastronómica de Donostia.