La historia del ajo en Europa es muy curiosa, ya que ha pasado de ser un enemigo a un poderoso aliado. Y es que el prestigio que tiene hoy en día no siempre le ha acompañado. Los europeos han tenido desde la Antigüedad una relación muy distinta con este producto.
La historia del ajo en Europa ha sufrido vaivenes: al principio nadie lo quería, pero ahora es muy valorado
Uno de los casos más contradictorios se registra precisamente en España, donde si bien en la actualidad es un alimento muy apreciado, hace siglos era un elemento a evitar. La historia nos ha dejado testimonios de ello, como un documento del siglo XIV que lo vedaba a los caballeros por el mal aliento que producía. Su potente aroma fue también la razón por la que Isabel la Católica lo desterró de su menú y prohibió que se sirviera en la Corte.
En la literatura de épocas pasadas también es fácil comprobar la mala prensa del ajo. El mismo don Quijote de la Mancha aconseja al escudero Sancho Panza que no consuma este bulbo si quiere evitar su fuerte olor.
La condesa de Pardo Bazán también conmina a las señoras que se precien de serlo a que no manipulen este producto y dejen esa labor a las sirvientas cocineras para que sus enjoyadas manos no desprendan el característico olor poco propio de la alta burguesía.
En efecto, en aquella época el ajo era muy habitual en los platos del vulgo. En un país donde el hambre imperaba, los hombres del campo y trabajadores con empleos duros lo consumían con cebolla y, si había suerte, con pan y no reparaban en su fuerte olor.
Otros europeos que mostraron su desprecio por este alimento fueron los franceses, aunque en la región de la Provenza la situación cambiaba por completo. Allí fueron los pioneros de Francia en ensalzar su aportación a las presentaciones culinarias que hoy día tanto se prodiga en un país considerado el mejor del mundo en cuanto a la gastronomía.
Los portugueses también supieron encontrar desde el principio el encanto del ajo, en un reconocimiento que ya recibió este alimento muchos siglos antes. Griegos y romanos, los principales artífices del mundo que conocemos, no se detuvieron tanto en su sabor y su capacidad de transformar un plato como en su capacidad sanatoria.
Poderoso antiséptico
Así, los griegos y los romanos descubrieron que era un poderoso antiséptico, además de representar un alimento energético y vigorizante que consumían con gratitud las tropas. Combatir la rabia y neutralizar el veneno de animales como escorpiones y víboras eran otros de los usos que se daban al ajo, que posteriormente también se convirtió en un buen antídoto contra las afecciones de los ojos y las enfermedades del aparato respiratorio.
Hoy nos queda sobre todo su fuerte sabor que, muy lejos de resultar repulsivo, se convierte en un gran aliado para aportar picardía a nuestros platos.