La responsable de esta respuesta del organismo es la capsaicina, que está presente en los habituales aderezos que utilizamos para dar un toque picante a nuestros platos, como el chile, la mostaza de Dijon, la cayena o el tabasco. Su acción en nuestra boca estimula el cerebro, que lo interpreta como una agresión.
Así, el picante no es un sabor, sino una reacción al dolor. Los sabores nos llegan al cerebro a través de los receptores que existen en la superficie de la lengua, que envían una señal a nuestra masa gris para que interprete que ingerimos algo dulce, salado, agrio, amargo y el reciente umami.
El picante no es un sabor, sino una reacción al dolor
La capsaicina, en cambio, provoca otra respuesta. Esta molécula es un método de defensa que tienen las plantas frente a sus depredadores, entre los que también se encuentra el ser humano. Esta sustancia no afecta a los pájaros porque los considera amigos, ya que contribuyen a reproducirse al trasladar sus semillas en los picos.
En el resto, su acción se basa en estimular los receptores del dolor cuando entra en contacto con ellos, miles de ellos situados junto a las papilas gustativas. Este estímulo consigue que el cerebro crea que la temperatura corporal aumenta de manera peligrosa, por lo que activa los mecanismos para combatirla. Por ese motivo, un plato muy picante nos hace sudar y enrojece nuestra cara, ya que nuestros vasos sanguíneos se dilatan para recuperar los niveles de temperatura normales.
Evitar el agua
En ese momento nuestra reacción natural es dar un largo trago de agua para calmarnos, con lo que estamos empeorando nuestra situación. La capsaicina no se mezcla con el agua, por lo que al ingerirla lo único que conseguimos es repartir esta sustancia por toda nuestra boca y extender la sensación de picor. Para calmar este dolor, lo mejor es consumir pan, azúcar o alimentos con grasa, ya que tienen entre sus propiedades disolver esta molécula.
A pesar de los efectos picantes, deseados o no, que provoca en nuestro paladar la capsaicina, también tiene su parte positiva. Así, consumida en concentraciones adecuadas favorece en el cerebro la producción de endorfinas, que son moléculas que promueven la sensación de bienestar.