Los grandes banquetes del Imperio Romano quedaron reflejados en la historia. Y es que estos empezaban con huevos, como una parte de las ‘gustatio’, que eran los entremeses, a las manzanas, al postre que se servía con la ‘secundae mensae’. Pero, evidente, no todos los romanos de aquella época eran patricios ni ciudadanos romanos. También había clases y pobres, que comían de otra forma.
Eran, sin duda, otras formas de vida, y todo el que podía realizaba tres comidas al día. Eso sí, los ingredientes variaban según la clase social a la que se pertenecía. Y lo más común era el ‘puls’, una especie de gachas de cereales como cebada, espelta, farro…, a la que con el tiempo, y según la posición de cada casa, se le añadían otros ingredientes: desde queso a ostras.
Cuando se sentían llenos, los romanos usaban una pluma de pavo para vomitar en medio de esos banquetes
La última ingesta comenzaba a la hora ‘nona’, sobre las tres de la tarde. Los más ricos, los que podían permitirse invitar a los amigos, tras los entremeses servían la ‘primae mensae’, que podía consistir en tres entradas y dos asados.
Se comía con los dedos, se podía eructar, los restos de los alimentos se tiraban al suelo, cuando estaban llenos se introducían una pluma de pavo real por la garganta para vomitar y poder seguir comiendo… Y tras los postres solía comenzar la ‘commissattio’, donde se conversaba, se discutía, se escuchaba música y, sobre todo, se bebía vino.
Pero el vino que bebían los patricios romanos no tenía nada que ver con el que tomamos nosotros. En primer lugar lo mezclaban con agua (parece ser porque era muy fuerte). También lo mezclaban con miel (‘mulsum’) o con especias para quitarle el sabor ácido.
Y en las casas más modestas, que tenían varias alturas en Roma, no había cocina por temor a que se incendiara el edificio. Por eso, la comida se servía fría o se calentaba en algún horno cercano. Solía ser común comprar comida fuera de casa, para tomar en los establecimientos (‘popinae’, ‘cauponae’…), o para llevar, como un take away actual. La carne, en las clases populares, solía brillar por su ausencia, siendo la de cerdo la más abundante. Eso sí, hubo un emperador, Aureliano (214-270), que repartió carne de burro entre la plebe.
Extravagantes
En cambio, en casa de los patricios, de los adinerados romanos, la carne solía estar muy presente en sus festines, aunque a sus platos solían darle un sabor agridulce. Según sus posibilidades se hacían traer alimentos de lejanos lugares para sorprender a sus invitados. ¿Y platos? También comían sesos de faisán, lenguas de flamenco, tetillas de cerda…