Un año que pocos olvidan es 1492, pregunta de examen de nuestros tiempos colegiales para situar el descubrimiento del Nuevo Mundo, América, por parte de Europa. A partir de ese momento, soldados y religiosos comenzaron a asentarse en esas tierras y a conocer nuevos productos que posteriormente llegarían a sus lugares de origen.
El cacao fue uno de esos alimentos. El monje español fray Aguilar al ver estas plantas de cacao decidió enviarlas al Monasterio de Piedra en Zaragoza para que sus compañeros de congregación, que residían allí, las conocieran y buscaran un uso comestible.
Unos preferían el chocolate diluido en leche; otros, más cargado y espeso
Los frailes recibieron el envío y probaron el nuevo producto. Su amargo sabor no les convenció, y creyeron oportuno desecharlo como condimento y aprovecharlo en cambio para darle un uso medicinal, sobre todo por sus propiedades beneficiosas para el corazón y su poder diurético.
Unos años después, unas monjas del convento de Oaxaca en el actual México optaron por innovar y, como otros tantos casos que han contribuido a que la gastronomía sea hoy un arte, obtuvieron un producto muy apto para el consumo. Tan solo añadieron azúcar al cacao y revolucionaron los gustos culinarios del momento.
Primero en España por relación más estrecha, y luego en toda Europa, los ciudadanos comenzaron a conocer este nuevo alimento y les gustó tanto que la demanda se disparó. En el caso de España, y dada su honda tradición religiosa, la Iglesia quiso estudiar con detenimiento si esa bebida rompía o no el ayuno pascual.
Discusión
Entre el pueblo, en cambio, la discusión era muy diferente y se remitía a cuestiones más prácticas como de qué manera era mejor prepararlo. Algunos defendían que era mejor que la bebida estuviera muy cargada de cacao y fuera un chocolate espeso. Otros lo preferían más diluido en leche. Los estilos, por la mayoría de defensores, se denominaron “a la española” en el primer caso y “a la francesa” en el segundo.
Tras muchos debates, los ganadores fueron los que se inclinaron por el chocolate cargado, por lo que la expresión “las cosas claras y chocolate espeso” se popularizó en el sentido de llamar a las cosas por su nombre.