Los romanos tenían unas costumbres gastronómicas de lo más curiosas. Los adinerados comían productos de lo más exóticos, como lenguas de grulla, vulvas de cerda rellenas, flamencos, morenas –que les apasionaban y llegaban a mantenerlas en estanques en sus casas-, ostras escabechadas que se hacían traer desde lejanas costas… Hay que pensar que Apicio (año 27 a.C.-37 d.C), se gastó casi sesenta millones de sestercios en banquetes, y al enterarse de que le quedaban diez no pudo soportarlo, y se suicidó.
Entre las costumbres gastronómicas romanas estaba la de coger los alimentos con los dedos índice, corazón y pulgar
Pero el pueblo llano no tenía acceso a esos manjares. En buena medida se alimentaba del escaso reparto de trigo que daba el Estado, con el que hacían una especie de papilla o gachas que comían siempre que podían acompañada de queso y cualquier otro producto.
Pero en las grandes casas las cenas eran bacanales en lo que se refiere al lujo y a la desmesura. Se colocaban tres “triclinium”, recostándose tres invitados en cada uno. Lo hacían separados por cojines y apoyados sobre el codo izquierdo. Con la mano derecha tomaban los alimentos que les colocaban en una bandeja frente a ellos.
No había tenedores y no se necesitaba el cuchillo porque los alimentos venían ya preparados en pequeños trozos. Había una etiqueta: los alimentos sólo se podían coger con los dedos índice, corazón y pulgar. Cada cierto tiempo un esclavo pasaba con una jofaina para que se lavaran los dedos y otro acudía con una toalla para secarlos.
Se llamaba “gustus” a los aperitivos, con los que solían tomar un vino caliente mezclado con miel. En aquella época el vino no se toma puro, lo mezclaban con agua y especias, agua caliente.
Apasionados por los pescados
Les apasionaban las especias, desde la pimienta a la canela (por la que tenían adoración), gastándose verdaderas fortunas en traerlas desde Oriente. Lo mismo ocurría con los pescados, que se los hacían traer desde todos los rincones del Mediterráneo. Atunes de la Bética o langostas, rodaballos, salmonetes…
En medio de la comida, que solía durar horas, aparecían saltimbanquis, músicos tocando liras y otros instrumentos… Según el poderío de cada anfitrión solía hacer regalos a los invitados quienes, además, solían traer de sus casas una especie de servilleta que utilizaban también para llevarse viandas que sobraban, lo que no estaba mal visto.
Y mucho vino durante la cena. Cuando algún invitado se sobrepasaba, el esclavo que le acompañaba le conducía a su casa para que no tuviera ningún percance.